20 abr 2011 |

Los que temen a su nombre



Salmos 103:13-14 Como el padre se compadece de los hijos, Se compadece Jehová de los que le temen. 14 Porque él conoce nuestra condición; Se acuerda de que somos polvo.

Siempre he sido una persona muy critica, y no solamente al ver los defectos o las falencias de los demás, sino principalmente conmigo mismo, no soporto las imperfecciones en mi, y no lo digo como si no las tuviera, por que créanme estimados hermanos, aún queda mucho en mí que tiene que morir.
Está forma o manera de mirar la vida, tan critica e inconformista, proviene quizás de mi temperamento melancólico y perfeccionista, o quizás de mi crianza y la búsqueda de la aprobación paternal, pues, sea como sea, es parte del carácter intrínseco de mi ser, y en el caminar de la vida cristiana, me he percatado que no soy el único “bicho raro” que piensa constantemente en buscar ser perfecto, llegar a la hora exacta, tener el tiempo preciso, invertir de la manera más inteligente, dormir solo lo suficiente sin pasarme de las ocho horas, e incluso estimar el dormir como una perdida de tiempo y no como una forma de recuperar fuerzas para seguir trabajando, en fin, al parecer no soy el único que busca la perfección, aún sabiendo, que dentro de la naturaleza humana caída, jamás será posible que podamos ser completamente perfectos, pero a veces es tanto el deseo por lograr hacer todo de la manera más correcta, moral y justa posible, que nosotros mismos nos olvidamos que somos carne.
Este sentir de buscar la perfección, muchas veces se ve empobrecido con mi caminar cristiano, y es que he tenido que aprender en medio de lagrimas de frustración que no podré vivir la vida cristiana sin equivocarme jamás, sin tener dentro de mi un mounstro que quiere a como de lugar tomar las riendas de mi vida y llevarme por los senderos de las más bajas pasiones del ser humano.      Es el pecado que radica en mi el que me frustra, es el deseo de hacer lo incorrecto ante los ojos de Dios, lo que más duele al corazón que ama a Dios, muchas veces ni tu ni yo vamos a pecar, muchas veces ni siquiera estaremos al borde la tentación para caer, pero el solo hecho de saber que dentro de los pensamientos de tu diario vivir, se deslumbró un crimen contra la ley de Dios, o el solo sentir en tu carne el deseo de pecar deliberadamente para satisfacer una pasión desordenada, frustra el corazón del que ama a Dios, lo quebranta, lo entristece.               Es que como no sentir pena por querer hacer lo malo, quizás no en el corazón pero si en la carne, cuando sabemos que el precio de la libertad de nuestras propias pasiones fue la sangre de un precioso e inocente carpintero, hay que ser un canalla, un indolente, un no nacido de nuevo para no dolerte de tan solo pensar en ser falto ante aquel que pago tan alto precio por tu crimen, y más encima, con el mismo crimen que ya fue pagado con sangre por tu libertador.

Soy imperfecto, siempre lo seré mientras viva en está tierra, y lo seré junto a millones y millones de seres humanos, me decepcionare y yo mismo alguna vez decepcionare a alguien, por que tengo en mi la marca de la caída, la imperfección de un producto no terminado, la falencia de un proyecto que pudo ser grande e imperecedero, pero que sin embargo, por la desobediencia se estropeo asimismo y se auto condenó al fracaso y a la muerte eterna.       Somos así, y no hay nada que el hombre pueda hacer al respecto por si mismo, pero, como diría el apóstol Pablo “Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1° Corintios 15:57) es que sin Cristo es imposible pensar solo en ser libres de la imperfección que produce el pecado, sin su sangre jamás podríamos haber sido libres de la maldad que vive en nosotros, sin él y su sacrificio, el ser perfectos para llegar al cielo solo sería una sueño frustrado más entre tantos otros, en él queda saldada nuestra deuda, en él somos más que vencedores, en él podemos ser llamados hijos de Dios, en él tenemos la fortaleza de nuestra vida y la perfección de nuestra alma.


¿Puede entonces ser el hombre perfecto? pues si analizamos al ser humano desde su estructura física, podremos darnos cuenta que tiene un ojo más pequeño que el otro, una pierna más corta que la otra, o una oreja más arriba que su par, y si lo hacemos desde una perspectiva intelectual nos daremos cuenta que nuestros cálculos alguna vez fallarán, nuestras decisiones alguna vez no serán tan certeras, y no podemos asegurar que todos nuestros proyectos están destinados al triunfo, entonces desde la propia humanidad, el hombre no puede ni podrá ser perfecto jamás, ni para ser perfectamente un buen humano, ni muchos menos como para ir al cielo, sin embargo, la escritura dice que Dios nos demanda ser perfectos, y no casi perfectos, sino definitivamente perfectos como Él es perfecto… Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto (Mateo 5:48) ¡¡Que frustración!! ¿Como podré lograr ser tan Santo como Cristo si mi propia naturaleza me guía a pecar? ¿Como podré tomar decisiones sabias si mi mente es limitada? ¿Como podre mantener mi mente pura si es allí nacen los adulterios, fornicaciones y mentiras? Es qué Dios jamás nos ha pedido que seamos perfectos en nuestra caída humanidad, el sabe que es imposible para el hombre no pensar erróneamente, no tropezar con el pecado ni que su carne quiera hacer maldad, siempre ha estado en el corazón y la mente de Dios el ser perfectos en él, en su imagen y semejanza, es decir, en su manera de amar, en la forma en que él muestra su misericordia, en su humildad, en su sinceridad, en su vida, Pablo dijo lo siguiente Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios (Filipenses 3:15) cuando él habla de los que ya son perfectos, no está hablando de aquellos que ya alcanzaron la estatura de un varón perfecto (que es Cristo) ni de aquellos que en su humanidad son perfectos (por que no los hay) sino que el mismo asumiendo su propia imperfección (Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado… Filipenses 3:13) era perfecto en un grado de santidad, moral y amor por Dios, sabiendo que no era perfecto en todo, sin embargo, lo era en varias características del Cristo en la tierra, ya había alcanzado por medio del padecimiento (como Cristo) parte de esa preciosa estatura del varón perfecto (Pero en aquello a que hemos llegado, sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa. Filipenses 3:16)  Todo esto quiere decir, que a pesar de mis flaquezas, de las ganas que hay en mi carne de pecar, de mis imperfecciones humanas, hoy yo puedo ser perfecto en todo lo que Jesucristo fue en la tierra, si dejo que su carácter sea mi carácter.         


Ciertamente el pecado quiere poner tropiezo en mi, siendo un instrumento que deleita mi carne, usado por el mundo y el mundo comandado por el diablo, pero más cierto es aún que a pesar de mis debilidades y especialmente por ellas, soy fuerte, ya no en mi vana y perecedera humanidad, sino que mi perfección y toda mi fuerza están en Él… porque cuando soy débil,  entonces soy fuerte. (2° Corintios 12:10)


Es cierto que para algunas personas el pecado que radica en nosotros nos es una constante molestia y nos produce frustración, tal y como el cáncer que carcome los órganos que quien por desgracia lo padece, pero así como para la gloria de Dios hoy existe una para la mayoría de estas patologías, para la enfermedad terminal del pecado, también la hay, y es la preciosa sangre de Cristo, está sangre que nos lava y nos presenta como Hijos de Dios delante de Él mismo, y nos da también el anticuerpo de la santidad para combatir contra el horrendo germen del pecado, Hebreos 12:4 dice lo siguiente: Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado; el pecado que proviene de la imperfección humana, tanto en su cuerpo como en su alma, produce frustración en los corazones que quieren agradar al Señor en todo ámbito de la vida, por que pone tropiezo e interrupciones en el camino de aquel que busca ser perfecto en todo lo que Cristo fue perfecto durante su vida terrenal, pero sin lugar a dudas, el poder de la sangre de Cristo en el corazón de un hombre que TEME A DIOS, es poderosa para primeramente guardarnos sin caía, y para fortalecernos a llegar hasta el último aliento de nuestra existencia luchando contra el pecado que vive por la desgracia de la desobediencia del primer hombre, dentro de nuestro ser.


No somos perfectos en nuestra humanidad, pero si podemos serlo en nuestro en amor, en la búsqueda de la pureza y en el temor a Dios, y no quiere decir que por eso en nuestro caminar hacia la plena perfección, hacia la estatura de Cristo, no tendremos ningún tipo de tropiezos, por que eso no es verdadporque es necesario que vengan tropiezos… (Mateo 8:7) pero no por esos tropiezos, ni aún por causa de caer en alguno de ellos, Dios nos condenará para siempre o se molestará de tal manera que nuestra imperfección para él sea motivo de desecharnos. ¿Esto quiere decir que él se agrada de nuestra imperfección? ¡¡De ninguna manera!! Pero la clave para mantenerse en la perfección del Señor, a pesar de nuestra propia imperfección radica EN EL TEMOR DE DIOS.

Hoy muchos se quedan con el simple hecho de saber que son imperfectos e ignoran que es Dios mismo que nos llama a la perfección, y es en esa ignorancia de la contextual palabra de Dios, donde viven en plena imperfección y se deleitan en ella, es como si ser imperfecto en todo les conformase y les diera en el gusto, y al parecer es así, saben que humanamente están perdidos y se ajustan a una “gracia” anti bíblica e inexistente, que les dice que no importa cuan imperfectos sean, total Dios les ama y siempre les perdona, su “gracia” cubre multitud de pecados, cuando nada de eso es verdad, Dios quiere que seamos perfectos Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto (Mateo 5:48) y quiere que parte de esa perfección sea vivir en santidad porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. (1° Pedro 1:16) Y es imposible crecer en la perfección y en la santidad sin temor de Dios Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. (2° Corintios 7:1)      Alguno a está altura me dirá ¡¡a pero, no soy perfecto en mi humanidad ni Dios me lo pide!! ¿Tú eres perfecto hermano Juan, no juzgues? Yo no estoy juzgando a nadie, pero las actitudes de muchos cristianos contemporáneos, no solo demuestran que no son en nada perfectos en su propia humanidad, y que tampoco buscan la perfección en la santidad ni en el temor de Dios, y eso me dice a mi, no que Dios les este condenando, sino que sus propios corazones llenos de pecado les están condenando a una eternidad lejos de Dios en el infierno.


¡¡QUE DURO ERES!!, alguno me dirá, mas yo les pregunto ¿aún sabiendo que humanamente somos imperfectos, y que Dios demanda perfección, vivimos en el temor de Dios? Pues, yo me equivoco, muchas veces he pecado, aún deliberadamente e transgredido la ley de Dios, he sido blasfemo y mentiroso, he tenido malos pensamientos y e robado, soy culpable de todos los cargos, pero por lo más sagrado que hay en mi vida, TEMO A DIOS CON  TODA MI ALMA, temo a su ira y a su juicio, temo a su mano cuando aprieta por que no hay manera de abrirla y temo que pueda llegar él día donde mi propia imperfección le harte y lo haga mover su mirada de mi existencia, TEMO PROFUNDAMENTE AL DIOS QUE NO SOLO PUEDE MATAR MI CUERPO, SINO MANDAR MI ALMA AL MÁS OSCURO DE LOS INFIERNOS… pues hoy me puedo percatar que es mi temor a Dios por su ira a mi propia imperfección, la que curiosamente me mantiene en paz con él mismo.


Es que no es mi imperfección lo que a Él le molesta, sino mi cinismo y mi conformismo a esa imperfección, le he fallado constantemente al Señor en virtud de esa misma imperfección, pero doy gloria a mi Padre y a Hijo Jesucristo de la frustración que me produce mi imperfección, ya que es ella misma la que me lleva a temer a Dios y es mi temor por él, lo que le lleva Él decirme, Juan como tu Padre me compadezco de ti, por que eres de polvo, y por que esa condición te hace temer a mi nombre.


No importa cuantas veces caigas por causa de tu imperfecta condición, lo que determinará si Él Padre se apiada de tu alma o no, es si esa caída produjo en ti una mayor expresión de temor por Él.


Dios te bendiga,

Profeta de Dios.